
19 Oct La vacunación obligatoria de adolescentes contra el papilomavirus.
Próximamente empezará la vacunación de todas las niñas a partir de los 12 años contra un virus (virus del papiloma humano, en adelante VPH) que es el principal responsable del cáncer de cuello uterino. Este tumor maligno pasa generalmente inadvertido por la mujer, y cuando empieza a dar síntomas ya requiere tratamientos agresivos que suelen llevar aparejada la esterilidad. El VPH es un virus que se transmite por contacto sexual. Con la vacunación obligatoria de las adolescentes se pretende poner freno a esta infección de transmisión sexual y disminuir la incidencia del cáncer. Pero muchos padres de familia, y también médicos y expertos en bioética han expresado su preocupación por esta medida.
La infección por VPH es la causa más frecuente de enfermedad de transmisión sexual. Existen 30 tipos distintos de VPH, aunque solamente 15 de ellos son peligrosos para el hombre. El virus se transmite por contacto físico genital. La principal causa de cáncer de cuello uterino es la infección por VPH. Gracias a la introducción del test de Papanicolau en los exámenes ginecológicos ordinarios, desde hace muchos años este cáncer se puede detectar precozmente y ha bajado enormemente su mortalidad.
La prevención más eficaz contra la infección por el VPH es evitar el contacto sexual con alguien infectado. La mejor medida para lograrlo es evitar las relaciones sexuales antes del matrimonio y la fidelidad al cónyuge en el matrimonio. Muchos padres están convencidos de que este modo de prevenir las enfermedades de transmisión sexual es el mensaje prioritario que hay que dar a sus hijos. De todos modos esta infección también puede contagiarse entre cónyuges si uno de los dos ya estaba infectado antes de casarse. O incluso, lamentablemente, el contagio puede sobrevenir a consecuencia de una agresión sexual. Por eso podría parecer conveniente que todas las chicas sean vacunadas en la pubertad.
Se dice y escribe que la vacuna es completamente eficaz contra el VPH, pero la realidad es menos optimista porque la protección que ofrece es limitada. En primer lugar, de los 15 subtipos de VPH que causan infección en el ser humano, la vacuna solamente es eficaz contra 4 de ellos. Además, los estudios realizados por el National Cancer Institute (USA) señalan que la inmunidad dura solamente 4 años, siendo luego necesarias nuevas dosis de recuerdo. Por otro lado aún no hay suficientes datos acerca de la seguridad de la vacuna: hay evidencias de que la vacuna puede causar síndrome de Guillain-Barré (enfermedad del sistema nervioso), epilepsias o artritis. Algunos expertos en salud pública temen que la difusión de la vacuna proporcione una falsa sensación de seguridad contra el cáncer de cérvix, y las mujeres dejen de hacerse estudios citológicos (el test de Papanicolau) para verificar los primeros signos de aparición del tumor.
El Estado hace bien en imponer obligatoriamente ciertas vacunas, como las que ahora componen el calendario vacunal: difteria, varicela, polio, etc. Infecciones que pueden ser contraídas fácilmente por el solo hecho de respirar el mismo aire de alguien que ha tosido o estornudado en la calle, o en el colegio, o que está sentado a mi lado en el cine o en el autobús. Pero existe una diferencia notable entre esas infecciones y la infección por VPH, ya que esta última se transmite por contagio sexual. Entablar una relación sexual íntima no es algo fortuito e inadvertido. En esa conducta hay un elemento muy importante de voluntariedad, de consentimiento, de comportamiento elegido que falta en los otros casos. Por eso, la respuesta lógica para hacer frente al VPH o a cualquier enfermedad de transmisión sexual debe ir por otro lado. Debe centrarse sobre todo en educar y promover cambios en el comportamiento personal.
Como se ve no faltan motivos de preocupación. Mueren muchas más personas al año de meningitis o por el virus de la gripe, y en cambio esas vacunas no son obligatorias Muchos padres piensan que la vacunación obligatoria contra el VPH, aparte de no estar científicamente fundada, como ya se ha dicho, mina su esfuerzo para educar a los hijos en la castidad y desmotiva a los adolescentes en ese aprendizaje. En el fondo se quiere resolver mediante una inyección un problema que es de otro tipo porque atañe al comportamiento, es un problema moral.
Los partidarios de la vacunación dicen que su estrategia no está reñida con que se eduque a la castidad de los adolescentes. Pero realmente ambos enfoques son incompatibles. Porque una estrategia hacie hincapié en que es necesario un cambio en el comportamiento. La otra ofrece una solución técnica que hace irrelevante tal cambio. Si el problema de la promiscuidad sexual se afronta con inyecciones y pastillas, no estamos haciendo autocontrol sino usando medicinas para paliar vicios. La vacuna del VPH no encara la causa del problema sino que la enmascara, y de este modo socava los esfuerzos para alcanzar una solución eficaz.
La vacuna contra el VPH es bastante cara (costará al menos 300 euros por persona en Europa). Con razón muchos expertos en bioética y medicina de la salud se preguntan si las enormes inversiones estatales que habrá que realizar para financiar el acceso de todos a ese medicamento, no podrían ser destinados a hacer asequible a todos y rutinario el test de Papanicolau, que es notablemente barato en comparación. Más aún teniendo en cuenta que se vacunarán innecesariamente muchas personas, porque no tienen riesgo de contraer semejante infección.
Lo que piden los padres, en definitiva, es que el Estado les deje tranquilos y libres para criar a sus hijos del modo que consideran mejor y que se apoya en razones bien fundadas, también de tipo científico. Los padres no entienden por qué el gobierno se arroga el derecho de inmiscuirse en materias que son personales y que son competencia directa de la familia. La vacuna contra el VPH ofrece una solución técnica a un problema que no es de tipo técnico, sino de tipo moral. Y los problemas de tipo moral se resuelven mediante medios morales, es decir, aprendiendo a hacer buenas elecciones y decisiones. Para lograr esta meta la tecnología puede ser de ayuda, pero también puede crear la ilusión de una solución fácil, y apartarnos de la meta. O peor aún, socavar los legítimos esfuerzos de los padres y educadores para promover que los jóvenes lleven una vida moralmente sana.
Juan C. García de Vicente.
Médico. Doctor en teología.
Profesor de bioética. Asesor espiritual de AEFC
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Bibliografía:
Wendy Wright, Nancy Staible, HPV Mandates. Parents Trump Politics, Ethics&Medics, July 2007 VOLUME 32, NUMBER 7. Edward J. Furton, Morality Is Not a Medical Problem. Sex and the HPV Vaccine, IDEM.
Lino Ciccone, Bioética
Gloria Tomás, Manual de Bioética.