14 Abr ENRIQUE GUTIERREZ RIOS
Enrique Gutiérrez Ríos (1915-1990), licenciado en Farmacia y doctor en Ciencias Químicas, catedrático de las universidades de Granada y Madrid, y presidente del CSIC en 1973-74, organismo científico mayor y más longevo de la historia de España, fundado por los católicos Ibáñez-Martín y el también farmacéutico Albareda en 1939, es otro de tantos farmacéuticos ejemplares que seguiremos abordando en esta sección del boletín, como tónico para la voluntad de seguir con la misión de farmacéuticos católicos en nuestra sociedad, abrumada por la ideología laicista, que tiene como uno de sus mitos más recurrente que no se puede ser católico y científico.
Ganó la cátedra de Química Inorgánica (1946) de la Universidad de Granada, en la que ocupó el cargo de Vicedecano de la Facultad de Ciencias (1956). En 1957 se trasladó a la misma cátedra en la Universidad de Madrid, donde además fue Decano de la Facultad de Ciencias (1963-1964) y Rector (1964-1967). La vida científica de Enrique Gutiérrez Ríos estuvo estrechamente vinculada al CSIC desde sus orígenes, institución en la que ocupó diversos cargos entre los que cabe destacar distintas responsabilidades en los Patronatos «Alonso de Herrera» y «Alfonso el Sabio», director de la Estación Experimental del Zaidín de Granada (1954-
1957) y del Instituto de Química Orgánica «Elhuyar» (1983-4), y Vicepresidente (1967- 1971). De su actividad científica queda la producción de más de ciento cincuenta trabajos de investigación en revistas nacionales
y extranjeras, además de los libros Bentonitas Españolas (1948), La ciencia en la vida del hombre (1974), Química inorgánica (1978) y editó y prologó Vida de la inteligencia de José María Albareda (1971).
Ocupó, asimismo, responsabilidades en instituciones científicas públicas y privadas: Presidente de la Real Sociedad Española de Física y Química (1966-1970), Presidente del Consejo Nacional de Educación (1968) y vocal de la Comisión Asesora de Investigación Científica y Técnica. Fue nombrado Doctor Honoris Causa por la Universidad de Granada (1972). Fue miembro de las Reales Academia de Farmacia (1983) y de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales (1985). Mención aparte merece su “José María Albareda». Una época de la cultura española” (1970), una de las mejores biografías existentes sobre el que probablemente deba ser considerado como el farmacéutico más importante del siglo XX español.
Enrique Gutiérrez Ríos recibió los premios Francisco Franco de Ciencias (1966) y José María Albareda (1969). Estaba en posesión de la Gran Cruz de la Orden Civil de Alfonso X el Sabio (1964). Medalla de Oro de la III Reunión Internacional sobre Reactividad de los Sólidos (1956), Primer Premio del Patronato Juan de la Cierva (1948), Primer Premio de Ciencias (1967).
Era miembro del Opus Dei desde 1954. Estaba casado y era padre de seis hijos. Resumió la actividad de san Jose María Escrivá, cuando comenzó a hacer reuniones multitudinarias, en el ABC de Madrid, diciendo: “Aunque hablara a una gran concurrencia, siempre la persona estaba en primer plano –cada persona, concreta, única, insustituible–. Decía que, en lo espiritual, cada criatura requiere una asistencia concreta, personal; que ¡no pueden tratarse las almas en masa!”.
El Papa Francisco acaba de publicar su encíclica Lumen Fidei sobre la fe, en este Año de la Fe, y dice sobre la ciencia y la fe algo que sin duda experimentó Enrique Gutiérrez Ríos, y tantos otros, y que ha sido una constante en el Magisterio de la Iglesia desde que la fundara nuestro Señor Jesucristo: “Recuperar la conexión de la fe con la verdad es hoy aun más necesario, precisamente por la crisis de verdad en que nos encontramos. En la cultura contemporánea se tiende a menudo a aceptar como verdad sólo
la verdad tecnológica: es verdad aquello que el hombre consigue construir y medir con su ciencia; es verdad porque funciona y así hace más cómoda y fácil la vida. Hoy parece que ésta es la única verdad cierta, la única que se puede compartir con otros, la única sobre la que es posible debatir y comprometerse juntos…Por otra parte, la luz de la fe, unida a la verdad del amor, no es ajena al mundo material, porque el amor se vive siempre en cuerpo y alma; la luz de la fe es una luz encarnada, que procede de la vida
luminosa de Jesús. Ilumina incluso la materia, confía en su ordenamiento, sabe que en ella se abre un camino de armonía y de comprensión cada vez más amplio. La mirada de la ciencia se beneficia así de la fe: ésta invita al científico a estar abierto a la realidad, en toda su riqueza inagotable. La
fe despierta el sentido crítico, en cuanto que no permite que la investigación se conforme con sus fórmulas y la ayuda a darse cuenta de que la naturaleza no se reduce a ellas. Invitando a maravillarse ante el misterio de la creación, la fe ensancha los horizontes de la razón para iluminar mejor el mundo que se presenta a los estudios de la ciencia”.
Ha sido mucho y muy bueno lo que los farmacéuticos españoles de fe han hecho por dejar patente que ciencia y fe son compatibles, que razón y religión se complementan, y esta conducta es la que proponemos como ejemplar no tanto porque con sólo nuestras fuerzas la debamos imitar, si no
sobre todo porque nos ayudará a dejarnos hacer por quien verdaderamente lleva todo a su término, el Espíritu sin el que realmente no servimos para nada.
BIBLIOGRAFIA
Urquijo, J. R. (2007). Enrique Gutierrez Ríos. En “JAE-CSIC. Cien años de investigación en España”. M.A. Puig-Samper Ed. Científico. CSIC.