05 Nov ¿Por qué interviene la Iglesia en cuestiones de bioética?
Con mi intervención de esta tarde quisiera estimular en todos ustedes una actitud. La actitud de escuchar serenamente a la Iglesia cuando trata sobre cuestiones de bioética. Una actitud libre de prejuicios que tristemente imponen las modas en cada época.
La Iglesia tiene una visión peculiar del hombre, una comprensión particular de quién es el ser humano. También la tienen los evolucionistas, los agnósticos, los materialistas, los nihilistas… Todos ellos hablan, opinan y legislan en cuestiones de bioética. La Iglesia pide únicamente “ser admitida con los demás a la reunión”, no ser rechazada por el simple hecho de presentarse vestida así como viste, como Iglesia. La verdad sólo ruega no ser rechazada antes de conocerla.
El simil del vestido no es inadecuado. Kierkegaard cuenta el drama de aquel payaso que entró despavorido en el pueblo avisando a todos de que habían de huir si querían salvarse de un gran incendio que se acercaba. Fue recibido entre risas y burlas, y nadie le creyó. No le valió de nada repetir que hablaba en serio, porque cuanto más insistía, más ponderaban su excelente actuación, y celebraban todo aquello como bromas de un payaso acerca de peligros inventados.
I) ¿POR QUÉ INTERVIENE LA IGLESIA CATÓLICA?
- ¿Qué la legitima a intervenir?
La Iglesia nació porque el ser humano, cada hombre, tiene un valor incomparable. Dios se hizo hombre, uno de los nuestros, uno de nuestra especie, para salvar y redimir a cada hombre. Esta convicción provoca en la Iglesia un hondo asombro por la dignidad de cada ser humano. Ella tiene algo que decir acerca de quién es el ser humano y cuánto vale cada hombre. Ésto la legitima a intervenir en el debate bioético contemporáneo.
Todos ustedes recuerdan la fábula del patito feo. En realidad aquel pato tan raro al que despreciaban los demás patos era otra cosa. Compartía con las demás el hecho de ser un ave acuática. Pero su verdadera naturaleza y su valor eran otros. Porque era un espléndido cisne. Pues bien, la Iglesia quiere contribuir a evitar que los cisnes sean tratados como patos (y de los feos!), y piensa que su contribución presta un servicio a la humanidad.
- Significado de dignidad.
Pero ya ha salido esa palabra talismán, que se usa para todo y vale para casi todo: dignidad. Nos hacemos ahora una pregunta fundamental: ¿qué significa dignidad de la persona humana? Responderé mediante un ejemplo gráfico muy querido por algunos filósofos de la ética como Caffarra.
Sin duda que, por ejemplo, un fabricante de pañales y la madre que acaba de dar a luz se alegran del nacimiento del niño, y lo quieren. Pero su actitud ante este niño es muy distinta. El fabricante de pañales piensa: “¡qué útil me es que nazcan niños! ¡qué bueno es que haya otro nuevo consumidor de 80 pañales al mes…!”. La madre, en cambio, piensa: “¡qué maravilla es que hayas nacido! ¡qué bueno es que tú existas!”. Reflexionemos atentamente sobre estos hechos. La misma persona, la persona del niño, es el objeto, el término, de dos actitudes profundamente diferentes. ¿De dónde procede esta diferencia? De aquello que se quiere en el niño, del modo bajo el cual el niño es considerado. En el primer caso, el niño es un potencial usuario de mis productos, o sea una probable fuente de utilidad. El fabricante quiere al niño porque le reporta utilidad, le dará beneficios; en el fondo le quiere porque recibe algo a cambio. En el segundo caso, el niño es sencillamente alguien que merece ser querido en sí mismo y por sí mismo. En el primer caso establezco con el niño una relación basada en la utilidad para mi. En el segundo se establece entre la madre y el hijo una relación basada en el valor de la persona en sí.
Dignidad significa que la persona no tiene precio: ella vale en sí y por sí. No es intercambiable con ningún otro bien. Es un ejemplar singular y único, del que no hay más copias. Si lo dañas o lo destruyes, es inútil buscar repuestos, no tiene arreglo. Es el único representante de sí mismo en el mundo de los seres vivos.
- Olvido del significado de ética.
¿Entendemos qué es la ética? Cuando hoy se habla de ética (y por lo tanto de bioética) pensamos enseguida en unas reglas que hay que cumplir. Y se piensa que los problemas de ética (y por lo tanto de bioética) son problemas del tipo: ¿qué reglas hay que aplicar en este caso? ¿quién las ha puesto? ¿con qué autoridad lo hace? y así sucesivamente. Pero en realidad, la consideración ética de los comportamientos humanos es mucho más profunda que todo esto. ¿De qué se trata? ¿De qué discutimos realmente cuando discutimos de bioética? Enseguida lo explicaré con otro ejemplo.
La moral se ocupa de los actos humanos, es decir de actos libres, de acciones de quien se ha prefijado una meta y decide la línea de conducta que le resulta preferible para alcanzarla. Pero atención porque la ética juzga los actos humanos desde un punto de vista particular y distinto al que usan otras ciencias. La moral analiza los comportamientos bajo la perspectiva de lo que hace buena (o mala) a una persona, su vida globalmente considerada, y no de si tal comportamiento es útil, o es eficiente, o es bueno desde otras perspectivas (en medicina: la salud; en economía: los beneficios; en la técnica: lograr el mayor rendimiento al menor coste; etc.).
Un ejemplo de lo que estoy diciendo, usado a veces por Spaemann, es el del médico que dice, a quien está pasando un fuerte catarro, que es bueno que se quede un par de días en cama. El médico, al usar la palabra bueno debería añadir «es bueno si lo que quiere es curarse el catarro». Ese añadido es importante, pues en el caso de que alguien planee, por ejemplo, un robo con homicidio, entonces, consideradas todas las cosas, lo mejor sería que pescase una pulmonía que le impida cometer el crimen. Puede ocurrir que, por tener que llevar a cabo un día algo importante e inaplazable, no hagamos caso al médico que nos manda hacer reposo en cama, y aceptemos el riesgo de una recaída en la gripe. A la pregunta de si es bueno actuar así, el médico, como tal, no puede pronunciarse en absoluto. «Bueno» significa para él, según su modo de hablar en cuanto médico, que es bueno si lo que busca ante todo es la salud.
La moral, pues, en relación con la persona y sus acciones, adopta un punto de vista global. No usa la palabra bueno o bien en un sentido restringido (bueno para la salud, bueno para la economía), sino en un sentido más amplio: “bueno” es lo que hace buena a una persona considerando su vida como un todo. El bien moral es el bien propio del hombre en cuanto ser humano; la moral dice que un comportamiento es bueno porque es conforme a lo humano, digno del hombre. En definitiva dice que ese comportamiento guarda relación (o no lo guarda, si es una acción mala) con la propia realización como hombre, como persona.
La moral (y sólo ella, esto es lo decisivo) permite responder a preguntas como estas: ¿hicieron bien los bomberos que entraron en las Torres Gemelas?; ¿qué es mejor, padecer la injusticia o cometerla?; ¿por qué no debo robar, aunque nadie se diese cuenta (porque, p.e., la persona a quien robo pudiera pensar que ese dinero lo ha perdido)? ¿qué es mejor desconfiar por sistema de todos, o tener confianza en la palabra de los demás aunque alguna vez me engañen? Y ese es en cierto modo el “drama” de la moral. Porque el razonamiento moral no se entiende como se entiende que 2+3=5. Se entiende como se entiende el ejemplo de robar. Obliga a realizar una reflexión que es distinta que la de las matemáticas o la medicina. Es la reflexión de la racionalidad práctica, el ejercicio de la razón en su vertiente práctica, tema de grandísimo interés en ética. Brevemente les recuerdo que la razón humana, que es una sola, tiene dos modos de ejercicio: cuando se dirige al conocimiento de lo que las cosas son o del por qué son así (¿por qué se produce un infarto?; ¿está marte más cerca del sol que jupiter?), estamos usando la razón en su vertiente especulativa, con unas reglas de funcionamiento propias (el principio de identidad, el de no contradicción, etc.). En cambio cuando la razón se encamina a saber “qué puedo hacer para”, o “qué debo hacer para lograr un propósito”, entonces usamos la razón en su vertiente práctica. Hacemos uso práctico de nuestra razón cuando actuamos libremente, cuando organizamos una línea de conducta. En ese ejercicio práctico, la razón también posee unas reglas de funcionamiento propias (p.ej. la de que el bien debe ser hecho y el mal debe ser evitado, y otras). Insisto en que este tema es de importancia capital, pero no puede sr desarrollado ahora.
La perspectiva de la moral es por lo tanto la perspectiva del bien. Del bien humano, del bien propio del hombre, un bien que es querido en sí y por sí, no por su utilidad o por el beneficio que comporta. Por eso nos sentimos orgullosos de Maximiliano Kolbe o de los bomberos de las Torres Gemelas, aunque su acción fuera un desastre desde el punto de vista de la salud o de la eficiencia técnica.
II) CON QUÉ ARGUMENTOS INTERVIENE Y QUÉ TIPO DE ARGUMENTOS USA EN SUS RESPUESTAS?
- Pilar fundamental de la doctrina de la Iglesia: el valor de la persona.
Decir que la Iglesia habla del “valor” de la persona parece no indicar nada específico de su mensaje moral. ¿Quién no afirma hoy día, en todas partes, la dignidad de la persona, su valor inapreciable, etc? Pero en la aplicación práctica, nuestra cultura ha aceptado que ningún sujeto tiene tanto valor como para que no podamos utilizarlo en determinadas situaciones. Piensen en toda la problemática que lleva consigo el bebé medicamento, de la maternidad subrogada, etc.
La respuesta que da la Iglesia, en cambio, es la siguiente. Cada ser humano, desde el momento de su concepción hasta su muerte, está dotado de un valor tal que excluye absoluta e incondicionalmente que pueda ser usada y tratada sólo como un medio: los seres humanos no pueden ser utilizados como cosas. La Iglesia habla de respeto absoluto (es decir, que nunca están justificadas faltas de respeto) e incondicional (o sea, que la obligación de guardar respeto no está condicionada a que ocurra o no ocurra tal o cual cosa; no se verifica sólo cuando se dan ciertas condiciones: obliga siempre y en toda circunstancia). Por eso existen modos de relacionarse con las personas, comportamientos hacia ellas, que son siempre (ayer, hoy y mañana) y en todas partes (en oriente y en occidente) injustos. No debes apropiarte de lo que no es tuyo, no debes romper las promesas; las civilizaciones elogian a los valientes y justos, a los buenos gobernantes y no a los traidores o corruptos, etc. En razon del valor y dignidad de la persona, es forzoso señalar cuáles son los límites fuera de los cuales se vulnera a la persona, se la atropella, se la ofende.
- Fundamentación de la dignidad.
Planteamos de nuevo la pregunta inicial de nuestra sesión: ¿por qué la Iglesia “entra” en el debate bioético? Porque desea afirmar y defender el valor, la dignidad, de todas y cada una de las personas humanas. ¿Y en qué se basa su convicción en tan alta dignidad? Se basa en razones ontológicas y en razones teleológicas. Me explico.
Las razones ontológicas son aquellas derivadas de la naturaleza, del modo de ser, de la persona humana. Es el unico ser del cosmos que es un sujeto espiritual, inmortal, capaz de conocer, de amar y de elegir libremente. Toda nuestra experiencia nos dice que las cosas están destinadas a corromperse y a terminar; sólo la persona humana es incorruptible y eterna. Además es capaz de conocer no tal o cual tipo de realidades, sino que puede abrirse a la totalidad del ser. En sus acciones libres demuestra que emerge, que tiene una superioridad eminente sobre los bienes limitados y parciales, y por tanto que está en posesión de un verdadero y real dominio sobre sus acciones.
Las otras razones las denominé teleológicas. Quiero decir con esa expresión que el destino al que se encamina nuestra vida, cada persona, es de una nobleza insuperable. En razón de la apertura ilimitada de su espíritu al ser en toda su extensión, la persona no está finalizada a cosas limitadas o de valor limitado, como lo muestra la insatisfacción permanente que todo ser humano siente en su corazón. La persona está destinada a unirse y vivir del bien perfecto e ilimitado, de Dios mismo. Este destino la ennoblece por encima de todas las demás criaturas: el bien del entero universo se queda corto para las medidas del hombre. Cada persona vale más que el entero universo.
- ¿Con qué tipo de razones argumenta: ¿creencias?, ¿autoridad?, ¿razón?
Se cuenta de Carlomagno una anécdota aleccionadora. El célebre emperador se esmeró en la educación de su hija, reuniendo a los más ilustres filósofos y pensadores de su época. Pero un buen día él mismo quiso darle la lección que consideraba más importante. Así que fue a donde ella estaba recibiendo sus clases, pidió al profesor que se retirase, y le dijo: -¿Quieres saber dónde habla Dios? Pues atiende bien. Dios habla aquí: y tomó una Biblia en las manos. Y aquí: y abrió de par en par la ventana que se asomaba a una naturaleza infinita de bosques y ríos y animales. Y aquí, dijo finalmente tomando entre sus manos la cabeza de su hija y besándola en la frente: en tu razón. No lo olvides nunca.
La Iglesia acude también a esas fuentes para señalar cuáles son los comportamientos dignos o por el contrario inadecuados respecto al ser humano. En la fuente de la Sagrada Escritura no deseo detenerme, porque no creo que sea necesario para mi intervención. Espero que se entenderá el por qué.
El magisterio responde a las grandes preguntas que hoy formula la bioética partiendo de una premisa esencial: la afirmación de que existen bienes humanos que exigen un respeto absoluto e incondicionado porque lo reclama la naturaleza misma de la persona, su modo humano de existir, su existir como ser-humano. Como se verá enseguida, el convencimiento de que la persona posee una dignidad casi infinita no es un brindis al sol, una frase carente de contenido práctico alguno. Se traduce en que existen unos bienes humanos que nadie puede negar sin negar a la vez la humanidad propia y ajena. Esos bienes humanos fundamentales son, expresados muy sintéticamente, el bien de la vida, el bien del matrimonio y la familia, el bien de vivir en común en sociedad, el bien del conocimiento y del amor por la verdad.
Quisiera sacar dos consecuencias de lo dicho.
La primera es que la Iglesia no admite que las normas morales (es decir, la determinación de lo que es bueno o es malo moralmente) vengan establecidas por la mayoría. La mayoría es adecuada para decidir el tipo de sociedad, el tipo de convivencia, que queremos darnos. O también para decidir qué camino es preferible para implantar ciertos valores en la sociedad y mediante las leyes. El recurso a la mayoría brinda un procedimiento para que la sociedad se dé forma a sí misma protegiendo o rechazando ciertos comportamientos. Pero la mayoría no establece el criterio de justicia de las acciones, no es la fuente de donde deducir la moralidad de los comportamientos. Pensarlo bien: ¿por el mero hecho de que lo diga la mayoría, por esa misma razón, todo lo que diga es justo y bueno? La experiencia histórica del s. XX ha demostrado que pueden darse mayorías injustas. Podría ocurrir por ejemplo que la mayoría de un pueblo decidiese suprimir a una minoría que vive con ellos, o eliminar a los oponentes políticos de grupos en minoría.
La segunda es que la Iglesia no admite que las normas morales (o sea, insisto, la determinación de lo que es bueno o es malo moralmente) vengan establecidas por el criterio de utilidad, por el utilitarismo. Como ustedes saben bien, el modelo utilitarista es una de los más usados y extendidos para la solución de problemas de bioética, y consiste en justificar la solución de los casos en base a las consecuencias positivas y negativas de cada opción, tras sopesarlas en la balanza de costes y beneficios. Veamos cómo resuelve el utilitarismo un problema bioético. Una vez planteado el problema, se analizan todas las soluciones posibles. Luego, se analizan las consecuencias positivas (o sea, beneficios que se derivan) y negativas (costes que lleva consigo) de cada solución. A continuación se identifica cuál de ellas optimiza un estado de cosas que asegure los mayores beneficios al menor coste. Y así se llega, según el utilitarismo, a la solución éticamente correcta del caso. Quien sigue el modelo utilitarista piensa, p.e., que es bueno experimentar sobre embriones humanos con fines de investigación, incluso aunque esto lleve aparejada la muerte del embrión. Para el utilitarismo está justificado porque el coste (la muerte de un ser humano, con más razón si es malformado), es claramente inferior al beneficio: los conocimientos que se obtendrán y que podrán ser de ayuda en el futuro a muchas personas.
Permitanme que les muestre cómo responde la Iglesia a este problema de la investigación sobre embriones humanos, sobre el cual “las mayorías” y el utilitarismo han dado el placet, el visto bueno. La respuesta se articula así. Nunca es lícito usar un ser humano, tratarlo sólo como cosa, solo como un medio. Pero el embrión humano es un ser humano. Y en los experimentos que se proponen van a ser usados como cosas: no habrá ningún beneficio para ellos mismos e incluso peor, serán destruidos. Por lo tanto, esos experimentos son injustos, inmorales, éticamente malos. Atención porque hay un doble conocimiento que sirve de premisa a la formulación de la ley ética: uno de carácter biológico (el embrión es un individuo vivo de la especie humana, es un ser humano), y otro de carácter ético (un ser humano no debe ser usado jamás y, si es inocente, no se puede atentar contra su vida). A continuación se examina el procedimiento técnico de experimentación-investigación que se quiere desarrollar, a la luz de estos conocimientos antropológicos y éticos. Y finalmente se concluye en que tales experimentos son (o por el contrario no lo son) un modo indigno de tratar a los seres humanos, usándolos como cosas.
El proceso que sigue el Magisterio de la Iglesia para esclarecer la moralidad de las cuestiones que plantea la bioética es, por lo tanto, el siguiente. Comienza por hacerse una pregunta esencial: ¿qué bién fundamental de la persona puede estar comprometido? (p.e., en el problema de la eutanasia es el bien fundamental de la vida). A continuación se pregunta: la propuesta técnica en cuestión, el procedimiento que se propone como solución (p.e., la decisión de administrar una sustancia letal a los enfermos terminales), ¿reconoce y respeta ese bien fundamental? Seguidamente el Magisterio elabora una respuesta sirviéndose normalmente de argumentos racionales, no necesariamente derivados de creencias ni de convicciones de fe. Finalmente expone esa respuesta en una frase del siguiente tenor: tal comportamiento atropella/no atropella (es contrario/o no es contrario) a un bien esencial de la persona humana.
CONCLUSIÓN
Ningún hombre (tampoco los científicos) está autorizado a violar la dignidad de otro hombre. Al científico, al farmacéutico o al médico se les pide (lo mismo que se le pide a todos los demás seres humanos) que respeten la dignidad de cada ser humano.
Se puede entender ahora mejor la superficialidad de oponerse al Magisterio de la Iglesia apelando a la libertad de ciencia, o al deber de guardarse cada uno para sí las propias opiniones y los propios gustos sin imponerlos a los demás. En el contexto de la reflexión que ahora concluyo, son objeciones que no tienen ningún sentido. Y la mayoría de las veces ponen de manifiesto la servidumbre de quienes así hablan hacia otros magisterios (el magisterio de un partido político, de un grupo de prensa, el magisterio de unos conflictos de intereses con laboratorios u oficinas de patentes, etc.) a los que rinden una especie de culto como si de un ídolo se tratase.
Juan C. García de Vicente. Médico. Doctor en teología. Profesor de bioética. Asesor esp de AEFC
Conferencia a los miembros de AEFC – noviembre 2017