Asociación Española de Farmacéuticos Católicos | Sobre la retirada del respirador a Inmaculada Echevarría.
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Sobre la retirada del respirador a Inmaculada Echevarría.

Sobre la retirada del respirador a Inmaculada Echevarría.

Juan Carlos García de Vicente

Médico. Profesor de bioética.

Año 2008.

Tener datos.

Recuerdo la provocadora pregunta de un profesor durante una clase en la universidad. Había corrido la noticia de que una madre se había comido a su propio hijo para poder vivir, durante una hambruna ocurrida en un desdichado país. “¿Puede una mujer comerse a su hijo?”, nos preguntó el profesor. Naturalmente que no, respondimos inmediatamente ante semejante atrocidad. El profesor siguió: ¿y si está muy, muy hambrienta, casi muriéndose de hambre y sin nada absolutamente que comer? Bueno, un caso así es muy duro, pero desde luego que tampoco haría bien comiéndose a su hijo, aunque esa pobre persona sería más digna de compasión que de maldición, si al final lo hiciera. Pero el profesor continuó: ¿y si su hijo estuviera ya muerto? ¡Ah!, entonces la cosa cambia, ¡el caso es completamente distinto! Hubo un murmullo general de desaprobación al profesor, que se había ido guardando datos para ver cómo juzgábamos el comportamiento de esa desdichada señora. Naturalmente que podría comerse a su hijo muerto, si no hubiera otro modo de proveer a su alimentación para seguir viviendo.

El debate sobre la retirada del respirador artificial a la señora de Granada me ha recordado este sucedido. En ambos casos diversas personas hemos tenido que emitir un juicio moral sin disponer de todos los datos. Lógicamente no es función de los medios de comunicación dar a conocer la concreta situación clínica de la paciente (que es algo más complejo que dar el nombre de su enfermedad), ni sus condiciones familiares, ni las posibilidades del ambiente socio-sanitario en que se encuentra, etc. Datos que son esenciales para establecer si el mantenimiento de ciertas medidas médicas es razonable o por el contrario resultan desproporcionadas. Juzgar sobre la proporción es establecer si existe o no un equilibrio entre dos miembros de una comparación: el beneficio esperado de una terapia y la carga que lleva consigo administrarla. Carga económica, psíquica, emocional, asistencial, etc. Y el beneficio en términos de mejora de la salud y prolongación de la vida.

No es ahora el momento de ilustrar el principio ético de la proporcionalidad de los tratamientos. Pero sí decir que una cosa es preguntarse hasta qué punto debo poner todos los medios existentes para mantener a alguien en vida, y otra preguntarse si es lícito causar la muerte de alguien a petición suya para evitar que siga sufriendo. La respuesta ética de ambas cuestiones sigue lógicas diferentes. Lo primero (la proporcionalidad de los tratamientos) sigue la lógica de que estamos moralmente obligados a hacer el bien del que razonablemente seamos capaces. Lo segundo (un tipo de homicidio llamado eutanasia) sigue la lógica de que todos estamos moralmente obligados a no cometer el mal en ninguna situación: eliminar la vida de un inocente nunca está éticamente justificado. Por usar otros ejemplos, dar limosna, ayudar a los colegas o sacar buenas notas son actividades buenas, y cada uno intenta materializarlas en su vida de muchos modos posibles y en grados diversos. En cambio todos debemos evitar, en nuestra conducta cotidiana y en cualquier circunstancia, robar, romper las promesas, ofender a los compañeros, etc.

Opiniones encontradas.

Los medios de comunicación han recogido en estos días las opiniones encontradas de varios médicos y especialistas en bioética que han opinado sobre este caso. Según unos, era moralmente exigible retirar el respirador, a lo que otros replicaban que no, porque equivaldría a realizar una eutanasia. Lo significativo es que todos ellos (al menos, todos a los que me quiero referir aquí) son contrarios a la eutanasia. Todos coinciden en señalar que la eutanasia nunca está justificada. Tal concordancia es altamente positiva, y quizás no ha sido suficientemente valorada. Pero esto nos obliga a reflexionar, porque si ninguno admite la eutanasia y en cambio algunos son partidarios de retirar el respirador, entonces lo que está en discusión no es si los sufrimientos de la señora Echevarría son útiles o inútiles, si su vida sigue mereciendo la pena o no… El punto oscuro es entonces si estamos (o no estamos) aplicando un medio de sustentamiento vital proporcionado a la situación de esta paciente. Sobre esto es sobre lo que los diversos especialistas discrepan. La discusión acerca de la proporcionalidad de tratamientos en este caso requiere tener suficientes datos de este caso.

Por lo que a mí respecta, reconozco no tener más datos sobre la cuestión que los que ha dado la prensa. Y confieso que ahí radica mi principal perplejidad, lo inquietante de la situación: en la prensa. Precisamente en lo que ha recogido la prensa…. Enseguida se entenderá por qué.

Cuando vi la foto de la señora hace unos días, no me pareció que estuviera en la proximidad de una muerte inevitable. Estaba despierta, consciente, con una traqueotomía, podía conceder entrevistas y expresarse, tenía capacidad jurídica de decisión sobre sí misma… Era una persona viva y en relación activa con su entorno. Padeciendo, sin duda, una durísima situación de enfermedad (como tantas personas por estos mundos de Dios), pero viva y dueña de su situación (hasta cierto punto, como todos nosotros). Pensé que esa señora necesitaría mucha ayuda para vivir bien, y esperé que pudiera recibirla: ayuda económica del Estado, ayuda humana de voluntarios y familiares, ayuda asistencial de enfermeras, ayuda espiritual para dar sentido a su sufrimiento, ayuda psicológica para redescrubrir su capacidad creativa y de hacer bien (ahora gracias a internet, etc., tienes el mundo en tu cuarto). Sí, pensé, ella necesita que la ayuden a vivir con dignidad. Porque lo que le faltaba es que encima la matasen: el rechazo más absoluto de la sociedad bajo un disfraz de compasión hacia ella.

Entonces ¿está mal “desconectarla”? Si hubiera más datos se podría juzgar acerca de la proporcionalidad o no de ese tratamiento. Pero no los hay. O mejor dicho, hay un dato que es de por sí demoledor: ella quiere morirse para evitar más sufrimiento inútil. Y le pide a los médicos que le ayuden a morirse. Bueno, pues eso es eutanasia. Porque eutanasia es una acción o una omisión que, de por sí o por la intención con que se realiza, busca provocar directamente la muerte para eliminar los sufrimientos. Así pues, los médicos que se presten a ello se prestarán a un acto de eutanasia. Así están las cosas. Pero ¿seguro que es así de fácil, así de claro?…

No. La cosa no es ni tan fácil ni tan clara.

La cosa que perturba este juicio es que “la ayuda a morirse” requiere quitar un medio de sustentamiento vital del que ella depende desde hace años. Y como es un medio extraordinario (las personas no necesitan respiradores para vivir, esa situación médica es siempre algo extraordinario), su estado se puede confundir muy fácilmente con las situaciones en las que se afirma, justamente, que los medios extraordinarios pueden ser suspendidos sin incurrir en una acción éticamente mala. He dicho “confundir”, y me explico con un ejemplo. El homicidio en legítima defensa es moralmente lícito. Nadie culpará a quien provoca la muerte de su agresor en una situación de legítima defensa. Pero… ¿y si supiéramos que el autor ha confesado sinceramente que quería matar a aquel señor y tramó aprovechar un escenario de legítima defensa?

Se me entienda bien: la señora Echevarría merece un profundo respeto y la comprensión y ayuda de todos, en tan dolorosa situación. No me refiero a ella, sino a cuantos intentamos opinar sobre esta situación. Retirar el respirador podría ser renunciar a una medida desproporcionada de sustentamiento vital. Insisto, podría, se trata de una hipótesis que debe ser estudiada a fondo y con todos los datos, en la sede adecuada que es la sede terapéutica y por los especialistas competentes. Es la pregunta acerca de si es razonable o no seguir manteniendo esta terapia teniendo en cuenta los beneficios que comporta, las cargas que conlleva. El problema es que en este caso, la cuestión de retirar el respirador se ha planteado prácticamente desde los comienzos como una petición jurídicamente exigible de que la medicina colabore en poner fin a una vida. Eso es eutanasia. En cambio la suspensión de terapias desproporcionadas no lo es. Además, el parecer de los médicos que a lo largo de tantos años han sido responsables de esa paciente no se ha tenido suficientemente en cuenta. ¿Acaso fueron tan inexpertos que no vieron que era un medio desproporcionado? A menos que el progresivo deterioro clínico de la paciente les lleve a preguntarse a partir de un determinado momento si ese medio no estará empezando a ser desproporcionado. Entonces es razonable plantearse si continuarlo o no, y eso es algo bien distinto de la eutanasia.

La zona gris.

Aconsejé recientemente, a ciencia y conciencia, suspender el respirador a cierto paciente con una compleja patología de base, que llevaba una semana en UCI con respiración artificial, que no se había recuperado nada en absoluto de un coma originado por una parada cardiorespiratoria de varios minutos, al que intubaron en plena calle y llevaron al hospital. La medida (el respirador) se estaba demostrando ineficaz y desproporcionada. Falleció pocos minutos después de retirarle el respirador, acompañado de sus familiares y tras haber recibido los últimos sacramentos.

En medicina y en ética puede haber, y de hecho hay, situaciones que no son tan fáciles y tan claras como la que he descrito. Situaciones que se encuentran en una zona gris, en la que personas competentes juzgan que es mejor seguir un poco más, otras también competentes juzgan que es mejor esperar, y otras que es mejor desistir. Esto pasa no sólo en medicina, sino en otros problemas de la vida misma, a todos los niveles profesional, familiar, de relaciones amistosas… Situaciones en las que las personas, queriendo actuar bien, aconsejan una cosa u otra en razón de su diversa experiencia, su sensibilidad para captar las circunstancias de aquellos a los que afectarán sus decisiones, etc. Situaciones en las que todos desean acertar, y que no se resuelven colocando el cartel de buenos y malos. La discrepancia de pareceres pone de manifiesto precisamente que el tema es complejo, que ninguno quiere actuar mal, y que todos quieren acertar según su leal saber y entender.

Si algo se ha puesto de manifiesto en este debate, es que los mismos que rechazan la eutanasia por tratarse de algo gravemente indigno hacia los pacientes, reconocen como deber médico la limitación del esfuerzo terapéutico, cosa bien distinta de la eutanasia, renunciando a utilizar tratamientos médicos desproporcionados y que no den esperanzas razonables de beneficio a los pacientes. En esto, afortunadamente, todos estábamos de acuerdo.