Asociación Española de Farmacéuticos Católicos | Jérôme Lejeune, «un rey mago de los tiempos modernos». El genetista francés…
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Jérôme Lejeune, «un rey mago de los tiempos modernos». El genetista francés…

Jérôme Lejeune, «un rey mago de los tiempos modernos». El genetista francés…

El genetista francés, que descubrió la trisomía 21, causa del síndrome de Down, no dudó en tomar otro camino al del poder y defender la vida de los débiles, amenazada por el aborto. El ostracismo o perder un Nobel no importaron frente a sus pequeños pacientes

Ref.: www.alfayomega.es Fran Otero 8 de Abril de 2021
Foto: Fundación Jérôme Lejeune

No sabemos que habría sucedido con Jérôme Lejeune si no hubiese fracasado en su intento por entrar en la especialidad de cirugía. Tres suspensos y un despiste el día de su última oportunidad –tomó el metro en dirección contraria y no llegó a tiempo– le permitieron volver a trabajar con el profesor Raymond Lurpin, gracias al que, en unas prácticas, entró en contacto con unas personas muy especiales a los que entonces se llamaba mongólicos y que lo conmovieron. Cuatro fracasos que lo llevaron a convertirse en un referente de la genética, pues consiguió desvelar entre 1958 y 1959 el origen de la discapacidad intelectual de sus pequeños pacientes y detectar así la primera enfermedad cromosómica en el ser humano. Su trabajo mostró que tenían un cromosoma de más en el par 21 (trisomía 21), que explica el síndrome de Down.

Fue un hito en una historia de la medicina que comenzó con una carta a su esposa a modo de consagración a los más indefensos, tal y como recoge Aude Dugast, postuladora de la causa de canonización del médico en la biografía Jérôme Lejeune. La libertad del sabio, recién publicada en español por Encuentro: «Estoy persuadido de que hay algo que tenemos que encontrar y que tal vez sea posible mejorar la vida de miles de seres humanos si llegamos a encontrar por qué son así. Es un objetivo apasionante».

El profesor Lejeune no hizo otra cosa desde entonces, y eso lo llevó a convertirse en una referencia en todo el mundo, que recorrió para dar conferencias y charlas. Tal es la magnitud del personaje que en los diez años posteriores al descubrimiento lo proponen para el Premio Nobel y recibe el Allen Memorial Award de la Sociedad Americana de Genética, el más prestigioso para un genetista y que cambió para siempre su vida.

Corría el año 1969 y venía advirtiendo con tristeza una corriente a favor de la eugenesia entre sus colegas. Esta se limitaba a proponer el aborto de los niños con discapacidad. Los principales afectados serían sus pequeños pacientes, los niños con síndrome de Down, pues gracias a su propio descubrimiento –esto le rompía el corazón– se los podía diagnosticar en el vientre materno. Desoyendo a dos compañeros que lo presionaban para que no manifestase su postura en la entrega, Lejeune habló claro: «Matar o no matar, esa es la cuestión. La medicina ha combatido desde hace siglos a favor de la vida y la salud, contra la enfermedad y contra la muerte. Si cambiamos estos objetivos, cambiamos la medicina: nuestro deber no consiste en infligir la sentencia, sino en conmutar la pena». La respuesta del auditorio fue el silencio.

Ahí comenzaron los frenos a su labor. Y ahí se esfumó un más que merecido Nobel. Lo explica Aude Dugast a Alfa y Omega: «Fue condenado al ostracismo. Ya no le invitaban a congresos ni a los medios, le retiraron la financiación y fue amenazado físicamente». Sin embargo, Lejeune mantuvo su postura e intentó responder desde la ciencia, buscando una cura para sus pacientes: «O los salvamos o será la matanza de los inocentes».

Pero al tiempo que el mundo de la ciencia le dio la espalda, recibió el reconocimiento de instituciones y personas comprometidas con la vida. La más importante, la Santa Sede. Pablo VI le reclutó para la Pontificia Academia para las Ciencias, mientras que Juan Pablo II le confió misiones importantes: entre ellas, una reunión en Moscú con el presidente de la URSS, Leonid Brezhnev, para advertirle de las graves consecuencias de una guerra atómica, y la creación de la Pontificia Academia para la Vida, de la que fue su primer presidente, un trabajo que completó enfermo de un cáncer de pulmón que le conduciría a la muerte.

Genetista, profesor… Lejeune fue, en boca de Dugast, «un rey mago de los tiempos modernos». Como los sabios de Oriente, vio en la naturaleza la presencia de Dios, fue consciente de las limitaciones de la ciencia, se postró ante sus pequeños pacientes y no se sometió a las malas intenciones del poder tomando otro camino. «Usó su conocimiento, 2.000 años después de la primera Epifanía, para mostrar al mundo la belleza de todas las vidas», concluye.

Para Cécile, una de sus pequeñas pacientes, lo fue, como refleja en esta oración justo antes de la muerte del profesor: «Dios mío, vela por mi amigo. A mi familia no le gusto, pero a él le parezco un poco bonita, porque conoce de qué está hecho mi corazón».